Cuando los estudiantes salen con título en mano del seminario, a menudo asumen que han aprendido a predicar, y que con solo abrir las Escrituras en el púlpito contarán con la atención de los oyentes.
Con el tiempo comienza la preocupación, cuando desde el púlpito notan a algunas ovejas distraídas, escuchando pero con mirada ausente, consultando sus teléfonos (y no para mirar la Biblia) y a otros cuantos cabeceando y para la segunda mirada ya dormidos. La preocupación se torna en depresión cuando parten de la iglesia el grupo de ovejas que años atrás fueron parte del comité de bienvenida al pastor; pero que ahora encabezan el grupo que “ya no saca provecho de la predicación como antes”.
¿A que culpar esta situación? ¿Cuál es el remedio?, ¿Existe un remedio?. Verdad sea dicha, existen predicadores superdotados que no conocen este problema, hechizan con su elocuencia a congregaciones por años. Pero este es un grupo reducido que se pueden contar con los dedos de la mano, y sobran los dedos.
La respuesta no se encuentra en tratar de ponerse el uniforme de superdotado como si con eso pudiera uno transformarse en superman. Pues bien dice el refrán: uno no puede incluir lo que Dios ha excluído. Pero en cambio uno de los deberes del pastor, que a pocos se les ocurre especialmente como deber, es que deber de que crecer en la predicación.
Suena raro, pues las ovejas ven a los predicadores como los crecidos, los adultos, los maestros. Y los predicadores: así anhelan verse. Pero en realidad el pastor nunca deja de ser oveja, si quiere tener la aprobación de la conciencia de la iglesia debe seguir creciendo, si desea que su congregación tenga “oídos para oír” debe tener un crecimiento notorio como predicador.
Carlos Spurgeon, en el capítulo ¨La necesidad del progreso ministerial en su libro Lecciones para mis estudiantes, dice: “Queridos hermanos, debemos cultivarnos hasta lo máximo…debemos mejorar en la predicación. No todos podemos predicar como algunos pueden, pero incluso estos hombres no pueden hablar conforme a su propio ideal.¨
Si el sobredotado Spurgeon pensaba esto, no pueden los menos dotados ignorar esta verdad. Debemos por lo menos tratar de crecer en tres aspectos:
Crecer mentalmente
Con esto principalmente a “la renovación de la mente” que se da cuando creceremos en el conocimiento de las Escrituras y su aplicación a nuestros corazones. A muchos pastores les basta crecer un poco por encima de la congregación y se satisfacen con saber un poco más que ellos. No hay nuevos descubrimientos bíblicos en su predicación, se especializan en aburrir a la congregación con la Biblia. ¡Qué lamentable!.
Crecer en romper con idiosincracias
El predicador debe de estar consciente de aquellas cosas que sacan de quicio Domingo tras Domingo a su congregación. Para algunos son las largas introducciones que fatigan la atención de la congregación y deshidratan el interés de las verdades principales del mensaje.
Para otros es la repetición de ideas enunciadas y re-enunciadas y renunciadas, como si la llanta del sermón se halla atascada sin poder proseguir al siguiente punto.
Para otros aún, son sus sermones de largo metraje. Por más que prometen terminar a tiempo siempre viven peleándose con las manecillas del reloj como si este se hubiese inventado para atormentar al predicador. Spurgeon una vez más: “Si el predicador no logra decir lo que tiene que decir en 45 minutos, no tiene mucho que decir”. Cada predicador debe conocer la dosis que su congregación puede tomar y evitar sobredosis.
Romper idiosincrasias molestas no involucra un curso avanzado en homilética. Con solo preguntar a la esposa y a otros congregantes interesados en la predicación cómo mejorar, se logra gran instrucción, pues después de todo, el auditorio del predicador es, a manera de hablar, su cliente. Ya de por si, hay muchas verdades difíciles de digerir en las Escrituras, debemos de estimular su digestión a través de un buen modo de predicar.
Crecer el corazón
Cuán satisfecho se siente el predicador cuando alguna oveja se acerca a decirle con entusiasmo: “¡Muchas gracias pastor, predicó usted con el corazón!”. Esto vale mucho más que lecciones avanzadas en la oratoria. La predicación de impacto es una expresión de un corazón que manifiesta celo, entusiasmo y convicción por la verdad predicada.
Las ovejas saben discernir si cuando levanta la voz el predicador es como si estuviera leyendo una partitura a secas que marca “forte”, o es la voz de un corazón encendido por la verdad.
Ahora bien, no siempre se podrá predicar “de corazón” igualmente -pienso en aquel predicador con la tarea de predicar el mismo mensaje dos veces en Domingo-. Pero es imprescindible que antes de que el pastor predique a la congregación, predique a su corazón para que este se vea impactado y que, sin omisión, hable con Dios antes de hablar a la congregación de Dios. pues solo el Espíritu Santo puede ungir la predicación de forma que sea “palabra viva y cortante”. Sin el ministerio del Espíritu la mejor predicación no será más que “metal que resuena y címbalo que retiñe”.
No agotó todos los aspectos que marcan crecimiento. Pero si tan solo pudiese remachar en el corazón de todo predicador la convicción de desarrollar continuamente su don mucho se logrará. No todos llegarán a ser un gran predicador pero con empeño pueden llegar a ser un buen predicador con un auditorio leal que en la mayoría de los casos los escuchen con interés, provecho y gratitud.
Leave a Reply