El Covid arrojó a la iglesia a una multitud que buscó a Dios al ver que el mundo en el que se apoyaban fue zarandeado y resultó ser más inestable de lo que imaginaban. Jamás habrían imaginado que un microscópico virus tuviera el poder para alterar al macroscópico mundo.
Pero además de esta ola de aquellos que se acercaron a la iglesia virtualmente, surgió la resaca de creyentes que también se convirtieron, pero no del pecado, sino de ser presenciales, a ser remotos.
Al igual que en la fuerza laboral de muchas empresas, se estableció en la iglesia la nueva clase, la de los asistentes virtuales. Aquellos para quienes les es más cómodo la adoración virtual que les permite vivir la vida cristiana sin tener que poner un pie en la iglesia.
Lo más trágico es que, para mantener los números, muchos pastores han sancionado esta práctica de ‘adorar en pijamas’ con su silencio, y se ha establecido como una forma alternativa de participación.
En mi opinión, esta modalidad no es saludable ni para los presentes ni para los que visitan virtualmente. El propósito original de adoptar tecnologías virtuales como Zoom se debió al COVID, ya que los creyentes ‘no se podían ver’, pero no ‘porque no necesitaran verse’.
Qué diferente era el sentir del apóstol, el cual Juan concluye su segunda epístola diciendo: ‘Hay muchas cosas que tengo que decir, pero no quiero decirlas por carta, sino cara a cara’. Para él, escribir epístolas era necesario por la distancia y las limitaciones de la transportación, y las dificultades que enfrentaban los viajeros (según Pablo: en camino de ladrones muchas veces), pero como un reemplazo del contacto cara a cara.
Las figuras que simbolizan a la iglesia confirman esto: somos un templo -de piedras apiladas, un cuerpo -con miembros interconectados, una familia -bajo un mismo techo.
Pero no solo esto, el latir del creyente es el de un anhelo de venir al templo, al lugar de la presencia especial de Dios: ‘Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, Que habitar en las moradas de maldad.’ Sal 84:10.
Además, por definición, la adoración implica sacrificio, y si bien ya no es necesario traer un animal como ofrenda, no obstante, la epístola a los Hebreos afirma que dentro del contexto de la adoración debemos ‘ofrecer sacrificios de alabanza, pues de tales sacrificios se agrada Dios.’
Este domingo escuché un reporte de una iglesia evangélica en España a la cual se presentó una señora desconocida el Domingo pasado. Cuando el pastor le dio la bienvenida, ella expresó que por muchos años ella ha leído la Biblia y que después de la misa, le hacía ver al sacerdote los errores mencionados que discrepaban con la Biblia. Por su parte, el sacerdote le replicaba ‘¡es usted una hereje!’. Al fin, de alguna manera, encontró esta iglesia evangélica de la cual confiesa ‘yo siempre he creído en lo que se habla del púlpito pero nunca había encontrado la iglesia que lo predicase.’
El punto no es la conversión de la señora, sino que ella tiene más de 70 años, es ciega, y camina 45 minutos con su bastón cada Domingo para asistir a la iglesia porque tiene hambre de la palabra y de la comunión fraternal cara a cara.
Sírvanse de inspiración y de exhortación este ejemplo que espero, con todo amor, avergüence a aquellos que ya no quieren sacrificarse en la adoración sino que aman sobre todo su comodidad y se conectan virtualmente no porque están enfermos y no pueden congregarse o porque son ancianos y han perdido su movilidad, sino porque asistir a los atrios de Jehová les fastidia.
No es que Dios pierda gloria cuando nos ausentamos de la Iglesia, los que pierden son los adoradores, pues la adoración no es solo una actividad unilateral, es una calle de doble sentido. Nosotros ofrecemos adoración a Dios, y Él responde con bendición a nuestra adoración. Si en vez de traer un animal para sacrificarlo solo traemos el pellejo, Dios corresponderá con un pellejo de bendición. Si lo que buscamos en la adoración es nuestra comodidad, no debemos esperar que Dios nos corresponda, pues ya hemos escogido nuestra recompensa.
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