Cuando pastoreaba una iglesia, de tanto en tanto llegaban visitas anunciándose: “andamos en búsqueda de una iglesia en donde utilizar nuestros dones”. Para un pastor plantando una iglesia, con necesidad de ayuda, poco apetece tanto, como que se agreguen creyentes con ánimo de servicio, pero a largo plazo, recibir hermanos en base a esto puede ser contraproducente.
La iglesia no es un podio “para los dones”, sino ante todo, una comunidad para el crecimiento en la gracia, un invernadero para cultivar la madurez y el servicio espiritual.
Recuerdo cuando se convirtió una renombrada cantante en México. Platicando un día con su pastor, le dijo: Pastor, ahora, ya no cantaré para el mundo, el Señor usará mi voz para su servicio. Para su desconcierto, el pastor tuvo el valor para decirle: sabes, pudiera ser que el Señor decida usarte de una forma muy diferente, y no como cantante, ¿has considerado esto?
Indiscutiblemente, las Escrituras nos exhortan a utilizar nuestros dones espirituales. Pablo animó a Timoteo a hacerlo: “Aviva el fuego del don que hay en tí”. Pero nunca lo hace a expensas del crecimiento en gracia, o relegando la gracia a un segundo plano. Pues el ejercicio de nuestros dones jamás puede divorciarse de la santidad personal.
La iglesia de los Corintios nos sirve de ejemplo, o de mal ejemplo. Había sido enriquecida con toda suerte de dones, varios miembros de la congregación competían por deslumbrar a los demás. De modo que entre el capítulo 12 y el 14 acerca de los dones, Pablo incrusta uno de los pasajes más leídos públicamente, y cabe decir, más desprendido de su contexto. El llamado ¨capítulo del amor, no vive solo, es una comparación de valores entre los dones, y las gracias.
Pablo inicia el capítulo afirmando que aún el ejercicio de dones sobrenaturales tienen un valor nulo si su fuerza motriz no es la gracia del amor. Prioridad que también destaca, en la lista de cualidades espirituales para el que aspira al obispado en la primera epístola a Timoteo. Son múltiples las gracias requeridas, pero en cuanto a los dones, solo una: “que sea apto para enseñar”.
Lamentablemente en los podios y púlpitos de muchas iglesias encontramos a hombres y mujeres con sobrada aptitud, pero pésimo testimonio, que hablan y cantan como ángeles, pero sin impacto duradero, pues sacuden los sentimientos pero no el corazón de los oyentes: sus vidas anulan, lo que sus canciones y predicas proclaman, caben en la parábola de la semilla que caen junto con el camino pero que las aves se comen: Satanás fácilmente arrebata la semilla antes de que eche raíz.
La parábola de los talentos nos manda a utilizar nuestros dones para no ser hallados estériles en nuestros evangelismo e infructiferos en el servicio, pero los dones que tengamos deben ser gemas portadas sobre la montadura de la santidad personal. De tal manera que tal como el título de este blog, esmerémosnos porque nuestros dones no se oxiden, pero principalmente, que nuestras gracias no se ensucien.
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