En la efervescencia de la navidad se desata una energía descomunal. Decoraciones destellan por doquier, la actividad comercial se intensifica, las bandas de las fábricas corren al máximo para cumplir con la demanda de regalos, se levanta una oleada de festejos que inunda el ambiente. Sin embargo, a pesar de la multitud de festejos, muchos se sienten vacíos, pues Jesús el festejado, se quedó fuera de sus fiestas.
Algo parecido ocurrió en la primera Navidad, cuando el Verbo se hizo carne. Juan relata en su evangelio que: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no lo recibieron.” Juan 1:10 ¡Vaya bienvenida! Después de siglos de anticipación, El creador fue rechazado por las criaturas, y el Padre, desairado por su hijo del pacto Israel. Cristo, el invitado de honor, quedó fuera del festejo navideño.
Lo interesante es que el rechazo, no anuló su celebración. Juan describe el arrebato de euforia durante el ministerio de Jesús, cuando la multitud quiso coronarlo rey ¡a la fuerza! Asimismo, cuando se dirigió a Jerusalén por última vez y lo recibieron tendiendo sus mantos en el camino y clamando: ¡bendito el que viene en el nombre del Señor!
El problema con estos episodios es lo mismo que ocurre hoy: confundir a Jesús con Santa Claus. En aquel entonces a Jésús no lo celebraron rey para transformar sus corazones y gobernar sobre sus vidas, sino por los regalos que les traía -en este caso, la alimentación de los 5 mil. Cuando se dieron cuenta que esto no sería así, la misma multitud que lo quería coronar pedía por Barrabás, y demandaban su crucifixión.
A pesar de esto, no todo estaba perdido. Hubo una Navidad auténtica, y aquellos que fueron transformados por ella. Juan lo describe así, “Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.“ Jn 1:12–13.
Juan destila la esencia de la auténtica Navidad. El Verbo se hizo humano, para hacer a los humanos espirituales. El nacimiento de Jesús tuvo por fin el nuevo nacimiento de los creyentes. De ahí que el recinto de la auténtica Navidad no se lleva a cabo debajo del árbol, sino en el corazón del creyente: Es Cristo naciendo en su corazón, son ellos naciendo en Cristo. La luz del mundo vino a disipar las tinieblas del corazón humano, pues sólo así se logran desvanecer las penumbras del mundo. El mundo no puede brillar mientras los hombres sigan en tinieblas.
En esta es la Navidad mi deseo es que puedas experimentar la auténtica Navidad, la que ocurre en el pesebre de tu corazón, para que Cristo no termine siendo solo una decoración de tu árbol, sino el centro de tu corazón, la luz de tu vida, tu salvador personal. Esto es un motivo de júbilo diario, no solo un festejo anual.
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