Todo aquel que se une a Cristo recibe doble bendición. Con la salvación de su alma recibe un instructivo divinamente inspirado para ser un creyente fiel y además, un Padre de familia modelo. La Biblia rebosa en sabiduría familiar efectiva para desenredar los nudos ciegos creados por los pecados de nuestra vida pasada y bordar con los principios de las Escrituras una familia que llame la atención del mundo.
Con todo, la tarea no es fácil. Ser un padre modelo es un llamado para todos, deseado por muchos, pero logrado por pocos. La Biblia no oculta esta realidad. Entre sus protagonistas existe abundancia de modelos espirituales pero carestía de modelos paternales. Paradójicamente dentro de los primeros se encuentran patentes fracasos que parecieran corresponder más a la suerte de hombres rebeldes o paganos que al destino de los hombres de fe.
Consideremos varios casos comenzando por Aarón. Investido con el prestigioso oficio de sumo sacerdote, estimado como patriarca sacerdotal de la orden de los Levitas. No obstante fue protagonista de un trágico fracaso paternal: dos de sus hijos fueron fulminados por ofrecer “fuego extraño” delante de Dios. La sacrosanta unción sacerdotal no fue suficiente para contrarrestar los efectos nocivos de su mal ejemplo. Aaron no fue cómplice directo del fuego extraño ofrecidos por sus hijos pero si fue contributor indirecto de la tragedia. El “fuego extraño” era un derivado del “ídolo extraño” que ofreció Aarón a Israel en la forma de el becerro de oro, una sacrílega improvisación para darle más colorido a la adoración.
Pasemos a Samuel el prófeta. Desde su niñez fue caracterizada por cautelosa obediencia. No dejaba caer palabra de Dios al suelo. Figura como uno de los ilustres ejemplares en la rotonda de los héroes de la fe de Hebreos 11. Su currículum no termina ahí. Sostuvo una experiencia ministerial que abarcó aproximadamente 80 años; fue un personaje mayúsculo en la historia de Israel; un protagonista de los momentos más trascendentes de la época. Con todo, sus hijos son denunciados como pervertidores de la justicia y utilizados por el pueblo para justificar el capricho de pedir un rey “como el resto de las naciones”. Nuevamente, la suma de sus privilegios no fue suficiente para desechar el estilo paternal que heredera de Elí y que Dios juzgó severamente para escarmiento público.
Consideremos al rey David el “dulce salmista de Israel”. En su recinto fue el autor inspirado de más de 80 salmos que han alentado la fe a millones de creyentes. En la vida pública irradiaba una vitalidad espiritual que le mereció reconocimiento de: un hombre conforme al corazón de Dios; en el campo de batalla fue el guerrero de fe quien derrotó a los enemigos enemigos más temibles de Dios. Su talón de aquiles se encontró en su vida familiar. Varios episodios de la vida de sus hijos en la Biblia valdrían como guión de comedia melodramática. Su hijo Amnón violó a su media hermana; Absalón cometió homicidio premeditado y montó un colosal atentado en contra de su Padre; Adonías tramó usurpar el trono de su padre. En esto las Escrituras no callan en neutralidad sino que incluyen notas editoriales que lo acusan como un padre que: “nunca le había entristecido en todos sus días con decirle: ¿Por qué haces así?”.
Pudiéramos pensar que las cosas cambiarán con el rey Salomón. Un hombre super dotado de sabiduría. Autor de decenas de proverbios, dirigidos precisamente a los Padres para la impartir una sabia crianza y a los hijos aprender la sensatez. El colmo de esto fue que tuvo por descendiente a un hijo de ejemplar insensatez para reemplazarlo en el trono. En su primer acto real Roboam se desliga de los maestros, los consejeros de su Padre y se rodea de sus amigos, una pandilla de juniorcrats inexpertos cuyos consejos fracturaron la unidad del pueblo de Dios irremediablemente.
Así aprendemos una paradoja difícil de entender pero innegable. Que ni el rango ministerial, ni la gran talla de fe, ni la devoción por el Señor o la gran sabiduría son garantía de hijos ejemplares ni póliza en contra de infortunios familiares. Más si producen la ilusión de que dichas cualidades ameritan una bendición de Dios para reparar lo que nosotros estropeamos.
Una familia bien criada pues no es un efecto secundario de nuestras virtudes espirituales. Surge de un esfuerzo deliberado de crianza, de pleno uso de las facultades, alimentado por principios, mandamientos y ejemplos de la Biblia e implementado con ferviente oración para contar con la bendición de Dios. Pues si Jehová no edificare la casa en vano trabajan los que la edifican (Sal. 127.1).
Cave una advertencia. Esta no es una fórmula de resultados infalibles. Adán y Eva fueron unos “santos inocentes” -de nacimiento- tuvieron por padre a la esencia de la santidad y ¡se revelaron pese a ser santos! Pero si es una fórmula ordinaria de bendición. El Dios de la gracia soberana actúa a través de medios y el principal medio para la familia es la la crianza de los Padres.
Al igual que el cultivo de las plantas que requieren una ambiente adecuado para que los nutrientes sean efectivos, la crianza eficaz depende tanto de principios bíblicos específicos como de una atmósfera espiritual óptima para su supervivencia. Cuatro emisiones vitales de esta atmósfera son: la presencia, el ejemplo, la autoridad y el pastoreo. Elementos sin los cuales la crianza se marchita.
Presencia
No dejamos de ser Padres cuando los hijos salen de casa. No están ya bajo nuestro techo pero continúan bajo nuestra influencia. Cuando niños sus vidas tienen una órbita muy apegada a nosotros, la influencia paternal es más fuerte durante esta etapa. Cuando pasan a ser adultos se atenúa pero seguimos siendo el foco de su órbita, nuestra influencia no cesa ni aún tras la muerte, nuestra memoria es el eco de nuestra presencia que jamás puede enmudecer.
Es por esto que La ausencia de un Padre es trastornador y produce una multitud de trastornados. La lista de criminales, sociópatas, esquizofrénicos, adolescentes anoréxicos e hiperactivos de acuerdo a muchos psicólogos, es atribuida a la ausencia del Padre por abandono o más sutilmente por padres que viven como exiliados en su propio hogar.
Así tenemos al trabajólico. Hombre cumplido, que no falta en traer pan a casa, pero que su llegada se asemeja a un pit stop para reabastecer y arrancar nuevamente a su trabajo dejando solo por detrás las marcas de su partida.
Otra versión es el delegador. A diferencia del anterior, cuando se pasa lista en casa se reporta “presente”, pero cuando se trata de la interacción con sus hijos brilla por su ausencia. Como si fuera un soltero, en cuanto llega a casa delega a su esposa la responsabilidad de ser su niñera agregando horas de trabajo. Ya libre, puede embeberse en sus pasatiempos predilectos. Su estilo de vida es similar a la de la nobleza inglesa protagonizada en la serie “Orgullo y prejuicio” donde el padre de familia en cuanto termina de comer, se retira a su biblioteca pidiendo no ser interrumpido. Esta presente con su familia, por representación meramente.
La tercera versión es más sutil. Es la de aquel padre se encuentra físicamente presente pero psicológicamente desconectado. Se relaciona con sus hijos en sus términos. Toca con sus hijos los temas de su interés, participa en actividades de su preferencia. Presta atención cuando se identifica con el tema de conversación. El único acceso para sus hijos es cruzar al mundo de su Padre y dejar el mundo de ellos atrás, una segura formula de fragmentación psicológica.
El llamado bíblico a todo padre corresponde al anhelo divino de establecer una extrema intimidad con aquellos a quienes salva. Cuando Dios nos rescata del infierno no nos transporta a la puerta de entrada a su reino como invitados por obligación, sino que comienza un recorrido a su intimidad. Nos adopta como hijos, nos otorga acceso al antes inaccesible recinto de su santísima presencia, despoja al cielo de todo lenguaje protocolario y nos insta a llamarle ‘Abba padre’, papito. Es necesario que aprendamos que el la íntima y recíproca apertura entre padres e hijos no es una cuestión para mujeres, es también para los varones. En contra de las percepciones culturales, no nos hace menos hombres, nos hace más como Dios.
Ejemplo
Dios ha dado a los hijos el sexto sentido de imitar el ejemplo de su Padre. Un instinto inescapable, una impelencia intrínseca, un hábito inconsciente y subconsciente. Esta realidad se encuentra implícita en las Escrituras. En Romanos capítulo cuatro Abraham se perfila como un Padre de la fe y por ende, se convoca a los creyentes a seguir sus pisadas.
El ejemplo no conoce inercia, mueve hacia el bien o hacia el mal. El mal ejemplo no pasa inadvertido aun cuando es envuelto con virtudes positivas. Abraham experimentó este fenomeno claramente. La vitalidad de su fe no pudo prevenir que sus descendientes fueran contagiados con el virus de sus mentiras (Gen. 12:13). Isaac resultó ser un copión de las mentiras de su Padre (Gen. 26:6). Jacobo escaló el asunto de delito menor a mayor engañando profana y deslealmente a su propio padre para arrebatar su bendición.
“De tal palo tal astilla”, el refrán no se halla en las Escrituras pero si es escritural. La presencia de un padre en la vida de sus hijos puede tornarse de un beneficio a un maleficio si su ejemplo es malo. Lord Chesterton bien lo dijo: “Con la clase de padres que existen hoy día, no siempre es un infortunio ser huérfano”
Los ojos de nuestros hijos captan más que sus oídos. De nada sirve ser elocuente en palabra cuando se es deficiente en el ejemplo. No tenemos la opción de configurar el tablero de preferencias del alma de nuestros hijos y desmarcar: seguir las palabras de tu Padre, y marcar: ignorar su ejemplo. Así como las películas, la vida de nuestros hijos siempre llevará escrito: “basada en un hecho real”.
Autoridad
Incluyo este principio con espíritu de cautela y con un llamado a la precaución al considerar que el padre hispano peca más de autoridad excesiva que omitida. No obstante la máxima igualmente establece que el abuso no anula el uso. Preferible es entrenar el ejercicio de la autoridad que eliminarla.
La Escrituras no son titubeantes al atribuir la autoridad a los padres. En Israel la autoridad paternal connota aspectos civiles. La ley demandaba que los Padres de jóvenes incorregibles trajeran al rebelde delante de los ancianos y el pueblo para ser apedreado: autoridad mayúscula sin lugar a dudas. Como creyentes neotestamentarios la autoridad solo se extiende al ámbito doméstico y debe ser ejercida e impartida con una paradójica combinación de firmeza y docilidad y así “mantener a los hijos en sumisión con toda honestidad”.
A medida que nuestros hijos crecen la voz de nuestra autoridad debe transformarse de mando a sabia sugerencia, cuando no a silencio. Modificamos el cultivo de sus personas por el cultivo de una amistad duradera, sin dejar así que nuestra autoridad se disuelva del todo. El sacerdote Elí pagó muy caro por removerse la placa de autoridad para con sus hijos mayores. Sus irrisorias palmaditas de corrección para Ofni y Fineas le acarrearon el fulminante juicio de Dios. El mismo rey David, ferrio como guerrero en el campo de batalla, fue cobarde como padre en casa para algunos de sus hijos. Comenzó como aquél que podía confrontar a sus diez mil, pero terminó como aquel que no se atrevió a entristecer a su hijo quien consecuentemente intentó arrebatarle el trono (1 Reyes 1:6).
Evitemos criar a nuestros hijos con el abuso o el desuso de autoridad. La autoridad paternal no es asunto de cultura sino de investidura divina. Dios nos ha delegado su ejercicio para la edificación y no para la destrucción de ellos.
Pastoreo
No todo padre es llamado a ser pastor, no obstante la interacción pastor-oveja tiene características semejantes a las de Padre e hijos. De hecho la Escritura asume que el pastor no podrá desempeñar efectivamente su llamado en las ligas mayores de la iglesia sin antes haber ejercido correctamente su llamado paternal en las ligas menores domésticas. Ambos son llamados a guiar a los suyos no solo en grupo sino con atención individual.
Además de nuestra presencia, ejemplo y autoridad somos llamados a cultivar la vida de nuestros hijos, a instruir sus mentes, a moldear sus corazones y a entrenar su voluntad a amoldarse y ser moldeada por la palabra de Dios.
Aquel padre cuya meta se limita a la obediencia externa de sus hijos podría estar sembrando un atractivo fracaso. Padres que se esmeran únicamente porque sus hijos saluden bien, sean corteses, eviten correr en los pasillos de la iglesia y meterse en pleitos con los demás. Con el tiempo desarrollan jóvenes amaestrados pero no convertidos. Jóvenes motivados a la práctica de modales cristianos por la atención positiva y la lluvia de halagos que reciben en la iglesia. La carencia del cultivo interno del corazón finalmente se revela cuando salen de casa a la universidad, abandonan el capullo de la moralidad externa y manifiestan una afinidad por una vida netamente secular cuando no profana. Por la falta de crianza en el hombre interior con el tiempo sus nombres terminan tachados de la lista de asistencia a la iglesia.
El Padre responsable es aquel que ha entendido el axioma inquebrantable para la crianza completa: cultivar la vida de sus hijos de adentro hacia afuera. Comienza por la instrucción de la mente. Su temario no termina con la invitación del evangelio a recibir a Jesús para que desde ahí Dios se encargue del resto. Su misión es inculcar la mente de sus hijos con una cosmología bíblica, con el sistema de verdad completo. Al igual que Salomón se le oye mucho decir: “hijo mío” exponiendo y aplicando las verdades, y promesas de las Escrituras a cada situación de la vida de ellos.
La instrucción comienza por la mente pero no termina ahí. Bien dijo el apologista Ravi Zacarías: “El trayecto más largo de la verdad es que baje de la mente al corazón”. Recordemos que el problema de nuestros hijos no es primeramente la ignorancia sino la dureza de corazón. El cultivo del corazón requiere la aplicación de la verdad a los móviles, a las actitudes para lograr una obediencia a la Palabra que brota del interior. He aquí la más difíciles de las tareas: enseñar a nuestros hijos a conocer y tratar con su corazón. Enseñarles a asirse de la Palabra y depender del Espíritu Santo. ¿Qué tan efectivamente se puede tratar con un corazón engañoso teniendo un corazón engañado? Solo con la iluminación de la Palabra puede disipar las tinieblas del corazón y solo el poder del Espíritu puede contrarrestar su engaño y corrupción.
Por último está el entrenamiento de la voluntad. Jesús dijo: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” Juan 13:21. De poco sirve que nuestros hijos puedan regurgitar cada punto de nuestra doctrina si no la practican. De nada sirve la ortodoxia sin la orto-práctica. El examen de Cristo no es uno escrito, ni oral, sino vivo, plasmado en el existir cotidiano. Para esto es necesario entrenar a nuestros hijos a rendir actos de voluntad que manifiestan obediencia para que su caminar iguale su hablar.
La crianza nutrida por estos cuatro principios: presencia, ejemplo, autoridad y pastoreo no puede efectuarse en un pasatiempo ni aun califica como trabajo de medio tiempo. Requiere una firme convicción y la férrea decisión de que después de Dios nuestra familia será lo que más valoremos y en donde más invertiremos. Debemos desmentir la ilusión de que con solo ser sabios, piadosos y dedicados a nuestro ministerio nuestros hijos resultarán bien de paso, como efecto secundario o por buena suerte del destino. Es cierto que Dios es una Dios soberano, pero también es un Dios que en su soberanía utiliza medios. Y en el caso de nuestros hijos, los Padres son el canal principal de bendición para con ellos. Ser un buen canal, un padre modelo no es fácil. De hecho es imposible. No comienza poniéndonos de pie, sino arrodillándonos con un gemido de impotencia “Señor ante estas cosas, quién es suficiente”. Sin el nada podemos hacer, pero con Él todo podemos lograr aún el ser un padre excepcional.
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